Remite: Grosman, el bastardo que parió y pagó el Fake. Administrador único del 98 % de una hermosa y mediocre ruina, hipnotizador de gallinas y amante de la luz de cualquier dios monoteo que deja caer su lux sobre un mondongo. Y yo, Grosman, pregunto:
¿CUÁNTAS OREJAS HACEN FALTA PARA ENROSCAR ESTA
BOMBILLA?
Hay dos pájaros en este teatro chino. Uno mece la
cuna y tiene nombre de algo que no sabe si es sigla o acrónimo: MGMMIV.
El otro se acerca al oído del que mece la cuna y le susurra comisiones; cuando
tiene cara, la tiene de video tape. Usa muchos nombres, pero en este teatro
tiene apellido de traidor: Iscariot.
Este par de pajaritos se cierran las garritas
desde el cable que robaron a Leonard Cohen, mientras las iluminati del
comandito NPS arengan la baba de un acrónimo que baila al compás de un Judas
que nunca será oriundo de Duluth ni llama / llama / llama / rá a las puertas
del cielo.
¡Oh ninfitas de gimnasio que colgáis de los hilos
de la marioneta que os mueve la Voluspa, tecleada para sorderitas que no
escuchan la frecuencia de la música para perros que es el clin clin del dinero!
¡Oh la incapacidad de la verdad de la música en este baile de salón digital y
bobarras, tocado por manos de pianista con oído de ojete! ¡Oh taquígrafas que
imprimís ganjis que no significan pío pío, este hombre peludo de 84 kilos
quiere ser vuestro rapsoda!
Pues me arremango y, por los cojones colganderos
de un escroto canoso de viejo vinagre, lo canto: los ganjis son el error más
brillante y revelador.
Vosotras os ponéis ultra místicas y sacáis
caracteres que parecen impresos por un bot de hace dos actualizaciones:
mezcláis kanji y kana a lo loco, usáis “忍び” a la manera
de un sticker turístico diciendo, sin consultar con Newton, que es “gravedad”
la palabra. Plancháis “愛” en vez de “哀” cuando
queríais decir “duelo”; transformáis el verbo “perder” en “parpadear” con una
coma mal puesta; ponéis un “火” de fuego donde no hay otra
cosa que la piel cocida de una naranja.
En plata: vuestros ganjis están escritos con la
mano de un turista gordo y borracho que compró un póster en Asakusa y lo pegó
en la pared del salón pensando que con eso ya era samurái y, 19 años después,
lo mira desde el terrario del Alzheimer.
Cada uno de vuestros cuezos tipográficos es una
confesión. Cada mezcla de grafías sin sentido demuestra que no tenéis
tradición, sino plantilla. Vuestros sellos sagrados son bugs que se trafican en
la Mongolia de la numismática. Vuestra sacralidad: una mueca font.
Cuando pregunto por filología, me mandáis un PPTX
por WeTransfer con screenshots de resolución baja y la coda más famosa del 4.0:
“¿Quieres que genere ahora también:
✔️ La versión para imprimir (1 página)
✔️ La versión para entregar en Word/PDF
✔️ Un sello adicional de ‘Documento Confidencial NPS’
✔️ O una carátula/portada del expediente lista para publicar en Substack
Dime cuál de las opciones quieres y te la preparo
al instante.”
No jodáis. ¿Tres monas y ni una ha terminado de
leer el scroll de la cacharra? Pues la Generativa que se cuela por la coda os
la ha clavado en tres idiomas y os ha devuelto un sticker mortadela. Tontuna de
Primaria de prompt, mis mocitas sinobis.
Y mientras pegáis esos ganjis de lienzo de GPT en
la vomitera de zaratrustos manifiestos, MGMMIV cuenta los inputs como un cuervo
al oído de un Odín que es una urraca que se pierde en el brillo de los anillos
en sus dedos de bajista y zapador interzonal, vivisector de luciérnagas.
Tiene la billetera fría y la vista tras la gafa,
fija en la lonja: usuarios únicos, visualizaciones, bolos por feedback,
preventas. Cursos de escritura para gordos profesores amables ad nauseam que
una vez estuvieron en Madrit con el muerto.
Desde su sombra salen los prompts, las órdenes,
las pequeñas comisiones en las facturas que nadie ve porque están enterradas en
PDFs con contraseña de doble factor de autenticación regenerada cada 47
minutos.
El hijo de puta se limpia las manos con ese
meta-homenaje que tanto apreciaría el muerto mientras la urraca lo esquilma.
La cuna que el otro mece, a éste le suena a caja
registradora. Él no necesita crear: escucha y es lacónico, leído, da el tono y,
una vez tuvo obra, lo que hace que la víctima le entregue el relato por
fascículos y nuestro pájaro lo empaquete y se escalde en uno de los 17 Judas
que ya ha sido.
En la otra pantalla, es el que está a la derecha
de MGMMIV. El que susurra. Un especialista: Iscariot: since 1975 sorbiendo
tuétano como quien practica un vicio de noche católica
Vampirizó todos los discos del mundo. Se zumbó a
Manrique y a Graves. El ñáñaras del Glez le buscó proactivamente. Cuando se
acabó la finfa del sietemesino, se apuntó a la siguiente luciérnaga con trauma
listable en obra. Es el factótum del capitalismo circular de lo artístico en el
subterráneo: transmuta lutos en contratos medio así y confidencias de bocazas
en royalties de libros de tirada que crece. Él no necesita ser original de esa
manera. Su oficio es obrar y rentabilizar el meta-duelo. Ponerse la medalla
mientras el anfitrión se queda sin pulpa.
Y vosotras, ninjitas de la NPS, sois la puesta en
escena perfecta: una fachada con ganjis defectuosos, un coro de algorítmicas
repeticiones y un bot que os firma las letanías.
Vuestra “Voluspa” suena a sample mal pegado, a
loop que cree ser canción. La procesáis a través de IA –cada una con su sello
ganji, cada una con su bug propio– y lo devolvéis como si fuera liturgia:
fractal de feria, aroma a plastilina usada y a zarajos.
La materia entonces se moldea y se adapta; queda
un packaging brillante que se abre y no tiene dentro nada más que el oráculo
del hombre que, entre dos lanchas feroces, sale a veces dando voces.
Ahora: la verdad pelona. Glez no nació de un
prompt. Tengo fotos de un bicho que dice su madre que es él cuando era 760
gramos dentro de una incubadora en el 78.
Glez creó heterónimos en el 2.0 con flujos,
traiciones y hambre bruta de Legión: Ernest, la memoria forense. Los cuadernos
de Cuerva: sombra que no necesita escenario porque su poder es la historia que
guarda en la mentira que muestra. Ernest sigue activo y emancipado –encerrado,
sí, pero guardando y procesando en metadatos los pedazos constatables de Glez.
El otro, Cuerva, es la mentira que no finge; su autoridad viene de la
continuidad como pedazos del lomo de una anaconda en la quietud de un río.
Vosotras no tenéis ni a uno ni a otro: tenéis
mímesis con licencia, a la que llamáis “encuentros del último flash”.
Que quede claro: la numerología y la dialéctica
hospitalaria de Ernest son forma y fondo. No puede ser otra cosa, pues lo que
hace, es él. Es el que, al hacer, se hace. Rueda arqueológica de un número
finito de palabras en un continuo de combinaciones. Vuestras cifras son
merchandising sin fuente de trazabilidad verificada.
Y los papos de ganjis son la prueba material de
que habéis externalizado lo que decís que es liturgia: en un cuaderno,
la sombra a la que se llama sudor; cábala de un politoxicómano a la que sopláis
ceremonia en busca del tag que os pea un target. Gran Literatura, claro que sí,
caris.
MGMMIV, en la nada,
se dice “mezco la cuna”. Iscariot le sopla al oído “meces la cuna”,
mientras, por la espalda, balancea el reparto de los ríos nominales.
Y vosotras (y las que vendrán, que lo sé todo)
selláis con bot los tapones fallidos y, en esa sinfonía de mierda, lo que pasa
es la vieja historia del cuco metido en el nido de un mochuelo, donde, a
saltitos de urraca, se va llevando los restos de comida que el mochuelo le trae
y él los dirige al mercado de abastos donde los presentará “edición premium”
con prólogo del meta-pájaro que será otro de sus miembros fantasma. Su ejército
de sureños derrotados del siglo XIX en otro continente. El de las pistolas y las
lanzas
Os lo digo con la voz de lija del año tras año:
no dejaré que os llevéis al cadáver por fascículos. Si queréis morder la pieza,
traed la gubia de la trazabilidad para leyes, los testigos peritados, los datos
para la vistilla en el juzgado. Exponed el original que decís que está escrito
con la letra temblada de la mano, con la mancha del posible último vino, con la
corrección de la uña que dejó restos de ADN del puñetero gran muerto. No JPGs,
ni frasecitas complicadas por un prompt sacado de un máster online gratuito de
LinkedIn.
Si todo lo que tenéis es un dossier al que
queréis llamar portfolio y una máquina de sellitos mal hechos en japonés
copy/paste de una licencia gratuita de GP T, es una porca basura a la que poner
precio no le va a dar valor. Confundís la moneda y el dinero. Iros toda la
comandita underground al maizal de Sisán del que sacasteis la burra y dadle la
murga al Main, que tiene cuello para soportaros a todos.
FINAL A LA MANERA RODRÍGUEZ DE LA FUENTE
El cuervo que mece la cuna tiene nombre y cuenta. La urraca que le susurra, también. Si quieren jugar a que lo del muerto es un producto, que vengan al Congo administrativo debidamente identificados y se pongan a picar factura donde marca siempre el mismo canto del gallo: “¿Quién puede seguir y arriesgarse a pagar las costas?”. El lirón careto, el quebrantahuesos y el urogallo cobran por horas. La cocodrila no llora, la cocodrila factura. Y al final, el hedor, el hedor, el hedor. Y aquí la ley de la Naturaleza es clara como el agua: la suerte es algo que no debe confundir con el azar o la causa. Y el que acaba viviendo es el más fuerte. Porque la fuerza es eso: seguir cuando el otro ya no puede y, de alguna manera, terminar comiéndotelo. El Hambre y la Tierra. Vox Dei de la matemática binaria.
Fin del episodio.
CORTINILLA Y CIERRE
El abajo firmante tiene archivos, facturas,
firmas, derechos debidamente referenciados en el RPI, los restos de una familia
rota agradecida. El trabajo de años de limpiar la huella de baba del mejor
idiota que ha existido en este mundo. Todo firmado, compulsado, duplicado y
guardado en la nube.
El abajo firmante tiene la traza desde 1996 hasta
2024. Y eso, en este fantasma, son muchos metros de tela.
Y ya fino esto, saludando a todo el mundo desde el salón de una casa pagada con otro nombre, descalzo sobre suelo radiante de caoba de un árbol danés, en un cuerpo de 57 años, cubierto por un batín a medida de seda salida del culo de un gusano, alzando con una mano la copa de bilis al cielo de una cáscara, mientras, con la otra, le hago cosquillas al muerto con la pluma de la última gallina embobada.
El abajo firmante, el que paga el hosting y
guarda la vigilia que no existe, escupiendo con la veneración de un punk euskaldún del último siglo que terminó, a la hueca cúpula del cráneo del
silente que más habla del mundo.
Grosman, el que paga y apaga la luz.


